Nación, autonomía y moralidad. La figura del gobernador en El conde de Peñalva (1866) de Eligio Ancona - Volumen 12 Número 2 - Página


REVISTA INCLUSIONES – REVISTA DE HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES

ISSN 0719-4706
Volumen 12 Número 2
Abril - Junio 2025
Páginas 187-205
https://doi.org/10.58210/fprc3617


Nación, autonomía y moralidad. La figura del gobernador en El conde de Peñalva (1866) de Eligio Ancona

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Nation, autonomy and morality. The governor figure in El conde de Peñalva (1866) by Eligio Ancona

Dr. Oscar Ortega Arango
Universidad Autónoma de Yucatán, México.
orarango@correo.uady.mx
https://orcid.org/0000-0001-6444-1399

Dra. Celia Esperanza Rosado Avilés

Universidad Autónoma de Yucatán, México.
celia.rosado@correo.uady.mx
https://orcid.org/0000-0002-9681-1996


Fecha de Recepción: 27 de Septiembre de 2024
Fecha de Aceptación:
 3 de Enero de 2025

Fecha de Publicación: 27 de junio de 2025

Financiamiento:

Interno de la Universidad Autónoma de Yucatán

Conflictos de interés:

Los autores declaran no presentar conflicto de interés.

Correspondencia:

Nombres y Apellidos: Dr. Oscar Ortega Arango
Correo electrónico: orarango@correo.uady.mx

Dirección postal: Calle 27 # 110 por 16 y 26 Diagonal, Las Brisas, Mérida, Yucatán, México


Resumen: El presente texto tiene como objetivo estudiar la figura del gobernador elaborada por el escritor mexicano Eligio Ancona (1835-1893) en su novela histórica El conde de Peñalva (1866) como un elemento simbólico que sirve de crítica al colonialismo y para evidenciar los problemas de implementación del proyecto de reforma liberal de mediados del siglo XIX. Dicha configuración resulta de primera importancia al evidenciar un universo histórico, ideológico y político particular de la Península de Yucatán en México la cual se ve afectada por la llamada Guerra de Castas (1847-1901). Dichos fenómenos históricos sirven de generadores de significación para la construcción del personaje gobernador con insistencia en el rechazo total a cualquier forma de intervención externa, así como una nueva modelización de la figura del gobernante como proyecto nacional.

Palabras Claves: El Conde de Peñalva. Eligio Ancona. Yucatán. Siglo XIX. novela histórica.

Abstract: This text aims to study the figure of the governor elaborated by the Mexican writer Eligio Ancona (1835-1893) in his historical novel El conde de Peñalva (1866) as a symbolic element that serves as a critique of colonialism and to highlight the problems of implementation of the liberal reform project of the mid-nineteenth century. This configuration is of primary importance as it highlights a particular historical, ideological, and political universe of the Yucatan Peninsula in Mexico, which was affected by the called Caste War (1847-1901). These historical phenomena serve as generators of meaning for the construction of the governor character, with insistence on the total rejection of any form of external intervention, as well as a new modeling of the figure of the ruler as a national project.

Keywords: El Conde De Peñalva. Eligio Ancona. Yucatán. XIX Century. historic novel.

Introducción

Eligio Ancona (1835-1893) fue uno de los escritores liberales mexicanos del siglo XIX que, desde la Península de Yucatán[1], construyó una sólida obra literaria e intelectual que lo llevó, desde la intervención en diversos periódicos literarios, pasando por la elaboración de una imprescindible obra histórica como es Historia de Yucatán: desde la época más remota hasta nuestros días. (1878-1880, en cuatro volúmenes), hasta rematar en una serie de novelas históricas dentro de las que sobresalen El filibustero (1864), La cruz y la espada (1864), El Conde de Peñalva (1866), Los mártires del Anáhuac (1870) y Memorias de un alférez (1904). En ellas, Ancona establece un audaz proyecto novelístico que pretende cubrir acontecimientos y hechos principales de la historia del Yucatán colonial relacionándolos directamente con las circunstancias políticas que vive la península durante la segunda mitad del siglo XIX. Y, aunque se vale de diferentes elementos y personajes literarios tales como el pirata, el religioso, etc.; es la figura del gobernante uno de los elementos con los cuales establece una posición crítica ante la realidad colectiva, así como evidencia con mayor claridad su posicionamiento ideológico e histórico en dirección a los caminos para construir las incipientes naciones. Desde tal marco, el presente texto tiene como objetivo primordial analizar el discurso estético-ideológico que subyace en el personaje del gobernador en la novela histórica El conde Peñalva (1866) del escritor mexicano Eligio Ancona, contextualizándola en las circunstancias político-ideológicas y el acontecer literario en el universo cultural mexicano, en general, y de la península de Yucatán, en particular. Lo anterior, se propone aquí, en directo relación con la implementación de las políticas de reforma liberales de 1857 así como la expresión del intento de conservación de la autonomía regional de Yucatán en el marco del incremento del poder de las élites establecidas en la Ciudad de México, pero distante de la reciente (1848) solicitud de adhesión peninsular a los Estados Unidos debido a la Guerra de Castas (1847-1901).

Para lograr lo anterior, se plantean una serie de apartados en los cuales, en primer lugar, se visualiza el contexto literario y filosófico en que dicha obra apareció debido al impacto del liberalismo en el pensamiento de Eligio Ancona. Esto se complementa con una revisión al tipo de personajes desarrollados en las noveles históricas del autor estudiado. Finalmente, los elementos revisados en los primeros segmentos se relacionan con la construcción narrativa de la figura del gobernante para evidenciar la propuesta de nación de Ancona a partir de la crítica al sistema de gobierno español.

Valga mencionar que se considera el discurso literario/estético como una producción simbólica que tiene como principio básico, como lo mencionamos en el Principios de interpretación del discurso literario (2018), representar “[…] una significación en algún sentido para alguien”[2]. Lo importante es que dicho proceso significativo “[…] está enmarcado, invariablemente, dentro de una cultura determinada en un momento histórico delimitado”[3]. Es decir, el discurso literario, como menciona Edmund Cros, evidencia las realizaciones formales contenidas en él como un vehículo que puede llevar a la observación de los diversos factores que determinan la semiótica de la construcción discursiva dentro de los diversos procesos culturales, sociales e individuales pues: “[...] toda colectividad inscribe en su discurso los indicios de su inserción espacial, social e histórica, y genera, por consiguiente, microsemióticas específicas.”[4]. Lo anterior resulta fundamental ya que toda práctica discursiva: “[...] implica siempre una sociabilidad del acto de habla y una relación profunda con la historia”[5]. Valga aclarar que estas relaciones discursivas, continua Cros: “[...] no se refieren a la cadena de las ideas, de los conceptos y de las palabras, internas al discurso"[6]; sino a: “[...] las condiciones históricas de posibilidad de emergencia del objeto del discurso"[7], pues “Los campos perceptivos se reorganizan en función de las mutaciones que afectan a las instituciones y a las prácticas sociales”[8]. Ello porque, la ideología, como continua Cros, interviene en toda la construcción del discurso:

Al modelar la experiencia y todos los fenómenos- individuales o colectivos- de conciencia, la ideología interviene, efectivamente- como hemos visto -, en todos los estadios de la producción de sentido y, de manera general, en todos los circuitos de comunicación cultural. De ahí el interés que tiene actualizar la complejidad de estas redes de ideosemas en los que se materializa el texto[9].

Construyendo novelas dentro/en la historia

Al igual que otros intelectuales de la época, Eligio Ancona otorga primacía a la literatura debido a su carácter de “arte útil”; criterio con el cual se le atribuye una compleja dualidad ya que establece como necesario que la literatura agrade los sentidos y llegue a la razón: “[…] Además de entretener las largas horas de fastidio y de dolor a que está condenada la pobre humanidad y halagar a los sentidos con la belleza de la forma, habla al corazón y al entendimiento con la verdad de la materia […]”[10]. Así, a la dualidad recreativo-informativa de la literatura, Ancona agrega un nuevo elemento: la literatura debía servir, también, como medio de penetración ideológica. Esta idea de arte se presenta dentro del contexto mexicano (y de la Península de Yucatán, en particular), envuelta en un verdadero cúmulo de misiones “extraliterarias”: debe deleitar, educar, ideologizar pues: “[La literatura] enciende en el corazón el amor sagrado a la Patria, corrige al malo, alienta al bueno, enseña al ignorante, hace temblar al opreso y respirar al oprimido”[11].

Desde la perspectiva del autor, ya no es suficiente guiar las acciones de los individuos en un sentido específico, sino que, en el caso de sus novelas, debía entregar los principios de la política liberal-reformista. Muy acorde con la filosofía positivista, Ancona plantea la existencia de una estrecha relación entre el progreso tecnológico y social alcanzado por un pueblo mediante el desarrollo de su literatura y establece que a un mayor grado de civilización debe de corresponder, necesariamente, un importante desarrollo literario. Siguiendo esta idea, y por analogía, Ancona ve en su momento el renacer de las antiguas colonias españolas, que se consolidan en su vida independiente, y en las que deberá surgir con fuerza la presencia de un grupo de literatos que den fe, con sus obras, del avance y de la civilización alcanzada por estas nuevas naciones que han vencido la barbarie marcando así el inicio de una nueva época literaria.

En el mismo sentido, influenciado por la corriente evolucionista[12], Ancona establece un paralelismo entre el desarrollo del organismo humano y el de la literatura analizando cada una de sus etapas: “Por eso, la literatura que nos atrevemos a llamar la lengua de los pueblos ha sido débil y balbuciente en la infancia de estos, se ha mostrado tierna y ardiente durante su virilidad y ha ido perdiendo su lozanía y vigor a medida que el cuerpo, al que está adherida, ha ido caminando insensiblemente a su destrucción”[13]. Según lo antes planteado, el estudio de la literatura de un pueblo debe ser parámetro suficiente para medir su estado de desarrollo y evolución social. De ahí el ferviente interés de Ancona por dotar a la Península de Yucatán de una literatura propia y ampliamente desarrollada.

Según lo antes señalado se puede observar que tres elementos convergen en la propuesta de novela histórica de Eligio Ancona: el literario, el histórico y el político. La publicación de sus novelas en forma de folletín resultó muy conveniente para tal fusión pues permitió una participación directa del público lector que podía, incluso mediante su opinión, dirigir el desarrollo de la obra en cuestión. Esta interrelación funcionaba del siguiente modo: el autor daba a conocer su capítulo o folletín, el público y la crítica lo leían y en los días posteriores se publicaban en los periódicos locales comentarios acerca de la obra[14]. Con ello, se muestra cómo intentaba ejercer acciones de tipo político-literario que eran claras respuestas a situaciones muy concretas del Yucatán decimonónico.

Ahora, tal forma de proceder se relacionó con una unidad temática que evidenció su intención por cubrir con sus novelas los grandes acontecimientos peninsulares, desde el inicio de la Conquista hasta fines de la Colonia, abarcando en cada novela un período histórico. El resultado de este plan literario general es la siguiente distribución:

TÍTULO                                TEMPORALIDAD                        PERIODO

La cruz y la espada                        Siglo XVI                                Colonia

Los mártires del Anáhuac                Siglo XVI                                Conquista

El filibustero                                Inicios del Siglo XVII                Colonia

El Conde de Peñalva                Mediados del Siglo XVII                Colonia

Memorias de un alférez                Siglo XVIII                                Colonia

Se puede determinar, entonces, cierta unidad espacio-temporal en la obra novelística de Ancona, en donde la recurrencia por período histórico será a la Colonia y, por ambiente geográfico, a la península yucateca. Unidad por demás significativa ya que inscribe al autor dentro de una ideología americanista que intenta resaltar el abandono a que la Corona española tenía confinada a la península y, por ende, lo expuesta que se encontraba a todo tipo de abusos. Las figuras del encomendero, el fraile, el obispo, el gobernador y el pirata se presentarán, en esta dirección, como las representaciones de las grandes calamidades de la institución colonial y como símbolos de los intereses enemigos de la política liberal-reformista. Respecto a la recurrencia de estas figuras dentro de su narrativa, el autor señala:

Nosotros no escribimos una diatriba contra nadie. Cuanto hemos dicho aquí del gobernador, del fraile y del encomendero, se halla consignado en lo que en varios tiempos se ha escrito sobre la historia del país, y nosotros somos los primeros en admirar y venerar las honrosas excepciones que se presentan en aquel caos de iniquidades. Pero las excepciones no forman la regla.[15]

Ancona no se ocupa, por lo tanto, de las excepciones sino de lo que considera la generalidad del orden colonial. Mediante sus novelas describe y condena a las instituciones que son, a su juicio, responsables del atraso y la inestabilidad política que sufre Yucatán y en general la naciente república y que, sobre todo, han provocado la sangrienta Guerra de Castas[16]. Para plantear un nuevo orden social resulta fundamental, para Ancona, el total entendimiento de la historia como un proceso continuo, ya que únicamente los yucatecos podrán identificar el origen y las raíces de sus males y replantear su futuro.

La historia, para llenar el importante objeto que tiene en la vida social, no debe limitarse á una relación más o menos detallada de los sucesos acaecidos en el país que se ocupa. Debe de comprender, además, un cuadro tan completo como le sea posible, de la índole de los usos y las costumbres de cada una de las razas que en diversas épocas lo han habitado […], de las causas que han influido en sus revoluciones, de las cualidades que posee para elevarse, de yerros y obstáculos que impiden su desarrollo; de todo aquello, en fin, que redunde en gloria suya o que pueda utilizar, algún día, para mejorar su condición.[17]        

No es de extrañar, entonces, que este autor haya tomado la novela histórica pues era el género literario que más se adecuaba a sus intereses. Para lograr sus objetivos (señalar las causas de sus revoluciones, su nacimiento, su gloria y los obstáculos que impiden su desarrollo), la reconstrucción del período colonial será trascendental debido a que es en él en donde se justifica la formación de los nuevos Estados americanos y se sientan los cimientos de sus futuros males. Así afirma Ancona en la introducción a El filibustero:

[…] no hay duda que la época del Gobierno Colonial, en la América Española, es época de transición en que la humanidad parece hacer una parada para lanzarse con nuevas fuerzas al alcance de la civilización, y como campiña en que se siembra el germen que un día produce el hermoso árbol de la libertad, pero en donde brota y crece también la cicuta que envenena todavía la existencia de las antiguas colonias.[18]

De aquí su preferencia por la época colonial pues, como escenario para sus novelas, le permitía describir con lujo de detalle todos los problemas que entorpecían la vida republicana de la península durante el siglo XIX y plantear, de acuerdo con su ideología, las reformas necesarias. Su propuesta temático-literaria resulta clara: las circunstancias americanas y, concretamente, las yucatecas son las que reclama la pluma del novelista en la medida en que las distintas realidades de América debían de ser la fuente de inspiración de los escritores. Para lo anterior, toma un elemento central en la construcción de tal literatura: los personajes de origen histórico. Esto se corrobora al observar la existencia de dos grupos de ellos: uno conformado por aquellos que presentan algún tipo de descripción, sea breve o extensa; y los que son únicamente mencionados, es decir, cuya acción directa nunca se verá en la obra. La presencia de unos y otros permitirá al novelista la recreación del escenario histórico en donde se efectuará la acción.

Sin embargo, y hablando en general, se puede apreciar que ni en los personajes ampliamente descritos, ni en aquellos únicamente mencionados existe la intención por parte del autor de delinear su sicología. Las descripciones son más bien parcas y se reducen a exaltar algún aspecto de su carácter. Ancona no se aboca a la descripción de sicologías complejas, al igual que otros autores de novela histórica ofrece a sus lectores personajes tipo, con los que pretende representar a los sectores en pugna dentro del Yucatán colonial, que encontrarán una estrecha correspondencia con grupos sociales e instituciones del Yucatán decimonónico. Esta creación de personajes simbólicos que representan partes fundamentales de la sociedad colonial. Ahora, en este sentido, la figura del gobernador resulta central para entender la novelística de Eligio Ancona.

El gobernante en el panorama literario de la Península de Yucatán en el siglo XIX

Dentro de la narrativa de la Península de Yucatán (y mexicana en general), el personaje del gobernador es una figura casi obligada en todas las novelas, ya sea como protagonista de la trama, como personaje secundario o incluso como una mera referencia histórica[19]. Lo cierto es que siempre aparece representando al rey y, con esto, simbolizando la opresión de la institución colonial. Se podría decir, a nivel muy general, que los escritores yucatecos condenan al régimen de gobierno colonial en la persona de sus gobernantes, por eso los pintan como seres ambiciosos, avaros e inmorales o bien, en los pocos casos en que se presentan como individuos virtuosos, no es mucho lo que pueden hacer para amparar a la provincia ya que caen muertos bajo las manos de los intrigantes “nobles” yucatecos; tal como nos lo retrata Manuel Aldana Puerto en La aventurera[20]. La figura del gobernante, además de simbolizar la opresión, esconde tras sí una fuerte crítica a la nobleza española y a la alta sociedad criolla.

Algunas de las novelas tienden a presentar al gobernador como una especie de mediador y juez que podía regir hasta en la vida personal de sus gobernados. Así, el Gobernador, Don Francisco Martín Redondo, ordena vidas y arregla matrimonios en La carta misteriosa (1845) de Vicente Calero Quintana[21]. El mismo autor presenta a este personaje como el abanderado de la corrupción en la novela Los misterios de una almohada (1866)[22], en la que Miguel de Andrade, un mulato alcalde de la Villa de Valladolid resolverá sus problemas respecto a una encomienda regalando al líder provincial una almohada rellena con pesos españoles. Un episodio histórico, de gran interés para los escritores yucatecos, es el asesinato de los alcaldes de Valladolid (Yucatán) mediante una sedición encabezada al parecer por la principal figura de autoridad de la provincia, que era Don Martín de Urzúa. Este episodio de la historia yucateca es abordado narrativamente por Sierra O’Reilly en Los bandos de Valladolid (1842)[23] y, brevemente, en El filibustero (1864) de Eligio Ancona.

Aunque se podrían mencionar otros ejemplos como el presente en La hija del judío de Justo Sierra O’Reilly[24], lo cierto es que la figura del gobernante surge como elemento clave en la maquinaria colonial que Ancona se ha propuesto describir a lo largo de su obra literaria. Esta figura simbolizara la opresión del régimen colonial en manos de hombres a quien la suerte, las relaciones o la astucia, han colocado en la privilegiada posición de regir la vida de otros hombres. Enmarcado dentro de esa cómoda situación, el gobernador de Yucatán colonial que Ancona retrata en sus novelas, no es para nada un ejemplo de virtud humana ni mucho menos de compromiso social. Históricamente, el origen de estos gobernantes lo encuentra el autor en aquellos aventureros que, amparados en la sed de riquezas y de un mejor porvenir, venían al Nuevo Mundo a probar fortuna. Sin embargo, aquel aventurero de la conquista, pese a su innegable ambición, tenía a su favor ciertas cualidades tales como: el valor, la tenacidad y el arrojo que lo hacía parecer, a los ojos del novelista, como un verdadero héroe épico. En contraposición, el gobernador de los tiempos coloniales, que no hacía más que venir a tomar lo que otros habían conquistado, recibe una condena tajante por parte del autor su Historia de Yucatán:

A los grandes aventureros que se despojan hasta de lo que no tienen para llevar al cabo grandes empresas a costa de campañas homéricas, han sucedido los gobernantes y capitanes generales, que con muy honrosas excepciones sólo se dedican a obtener de su posición toda utilidad posible y que, en sus constantes luchas con los cabildos, con los frailes y los obispos, llenan de escándalo y duelo a la pobre provincia.[25] 

Al momento de crear a su gobernante literario, Ancona no se va a ocupar de las honrosas excepciones sino de lo que considera a la generalidad del régimen colonial; ya que aún en el caso de Lucas de Gálvez (Memorias de un alférez), donde se podría decir que se está frente a un gobernador virtuoso, el énfasis del autor no es ensalzar sus acciones de gobierno sino en señalar sus líos de amores y las oscuras intenciones que rodean su muerte; es decir, el énfasis se encuentra en la narración de uno de esos escándalos que los gobernantes protagonizaban en la provincia yucateca. Fuera de Lucas de Gálvez, los gobernantes seleccionados por Ancona son Don Martín Robles, Don Martín de Urzúa, Don Arias “Conde de Lezada”, Don Fernando Meneses Bravo de Sanabria (El filibustero) y el Conde de Peñalva (El Conde de Peñalva), darán muestras de lo fácil que resulta el enriquecerse en la provincia yucateca. Sin embargo, el punto de crítica no son sus actuaciones concretas al frente del gobierno, sino su vida personal disipada (Memorias de un alférez) cuando no libertina (El Conde de Peñalva). Así, la calidad moral es, de nueva cuenta, el elemento de juicio más importante. A partir de ella el lector condenará categóricamente al Conde de Peñalva y sentirá lástima por la suerte del buen Lucas de Gálvez, sancionando con dureza la traición de la que fue objeto.

Con ello, Ancona demuestra literariamente cómo los gobernantes pueden hacer impunemente su voluntad en el Yucatán Colonial, atrayendo en esta forma la atención del lector hacia el terrible peligro que podría significar un gobierno imperial, y la necesidad de una participación directa e intensa por parte del pueblo yucateco para afianzar la Independencia Nacional y consolidar una mejor forma de gobierno. En este sentido, El Conde de Peñalva cobra una enorme importancia ya que empieza a publicarse, justamente, durante el gobierno imperial[26]. La elección de un “noble” gobernante del período colonial como protagonista de su novela le sirve al autor para manifestar todo su rechazo al gobierno imperial decimonónico, al igual que para evitar la censura ya que, al fin de cuentas, la novela se basa en un hecho del pasado. Y, desde el inicio mismo de El Conde de Peñalva, no se tiene embarazo en describirlo, desde la primera página, en los siguientes términos: “Holgazán, avaro y libertino, se entregó desde su más temprana edad a tantos excesos, que no tardó en ser el escándalo de la corte y la vergüenza de su familia”[27]. Es muy claro que aquí el escritor yucateco se olvida del temor a los juicios y, aún más, va guiando la acción narrativa para que, al finalizar la obra, el lector no tenga duda alguna del partido que debe tomar y comparta su apreciación y su condena a tan siniestro personaje.

Dibujando al gobernante, destruyendo el pasado

El anterior posicionamiento asumido por parte de Ancona en El Conde de Peñalva, al igual que sus otras novelas, parte de un fiel apego al “dato” histórico. En efecto, y en el caso específico aquí estudiado, encontramos un referente en la realidad histórica en la persona de Don García de Valdés y Osorno, Conde de Peñalva, que llega a encargarse del gobierno de la península el 19 de octubre de 1649 y muere ocupando su cargo, presuntamente asesinado, el 1 de agosto de 1652. El autor se sirve de la contradictoria personalidad del gobernante para darle múltiples matices al personaje señalando, de paso, las desgracias que por esa época cayeron sobre Yucatán y apuntando las fallidas disposiciones del mandatario, que lejos de aliviar la situación de los yucatecos la vuelven intolerante. Así apunta: “Es imposible definir, con exactitud, el verdadero carácter de este personaje porque, aunque los negros colores con que el padre Lara lo bosquejó en sus apuntes le hayan hecho pasar a la posteridad como hombre cargado de vicios y de crímenes, Cogolludo que fue su amigo, su consejero y su confesor, asegura que estuvo dotado siempre de muy sanas intenciones”[28].

En su obra histórica Ancona señala, punto por punto, los elementos que posteriormente utilizará como ejes centrales de su novela: la controvertida figura del mandatario, el hambre que azota a la península durante su gobierno, las disposiciones que toma para apropiarse de todo el maíz de la península, el misterio que se teje con relación a su muerte, y, la enorme suma de dinero que, a su muerte, se encuentra en sus arcas. Apegándose a estos hechos Ancona recrea la personalidad del gobernante como ser inescrupuloso, ambicioso y libertino. Mediante la ficción reinterpreta los hechos históricos dándoles justificaciones y motivos. A lo anterior, adiciona elementos tomados de la tradición popular que contribuyen a crear un ambiente fantástico dentro de la novela. Ejemplo de ello se encuentra el siguiente comentario, en alusión a la muerte del Conde:

La tradición recogida por el último cronista, á quien acabamos de citar [Sierra O’Reilly], atribuye el homicidio á una señora que se introduce hasta aquel aposento con el pretexto de solicitar una audiencia, mientras su marido la guardaba en una puerta falsa que tenía el palacio, en la calle del Jesús. También se presumió, por aquella época, que pudo haber sido un hombre disfrazado de mujer.[29]

El autor aprovecha esta tradición y en su novela es, justamente, una mujer –cómplice del Conde en sus líos de amores- quien lo asesina, entrando por la señalada puerta falsa de la calle del Jesús. Así, encabalgando datos históricos y tradición popular, Ancona elabora un rico personaje con una vida personal y sentimental que resultará el medio más a propósito para asignarle una muy pobre calidad moral y evidenciar los pocos escrúpulos en su actuar. Con esto en mente, el autor hace que el lector conozca a la perfección al gobernador, cuyo nombre da título a su novela, y logra puntualizar en múltiples aspectos de la vida de este personaje, tales como su origen, sus aspiraciones, sus relaciones personales, las causas y motivos que lo llevaron hacerse cargo del gobierno de la lejana Provincia de Yucatán y, por supuesto, su comportamiento al frente de la institución colonial.

La pregunta inicial sería sin duda: ¿quién es y de dónde viene el Conde de Peñalva? Desde las primeras páginas de la novela, el autor se preocupa por satisfacer esa curiosidad a sus lectores, explicando el origen de este personaje. El Conde proviene de una familia española perteneciente a la nobleza, como lo indica su ilustre apellido, la cual cansada y avergonzada de su escandaloso comportamiento lo manda al Nuevo Mundo, como única forma de evitar la deshonra: “Deseosa ésta [su familia] de arrancarle de aquél teatro en que deshonraba su nombre, pensó en mandarle al Nuevo Mundo y valiéndose del influjo que disfrutaba en Madrid, le colocó en el séquito de un Virrey que marchaba por aquél tiempo á México á encargarse de su destino, y que le nombró su capitán de alabarderos”[30]

Y es que, a lo largo de la novela, el autor evidenciará el comportamiento disipado del Conde: siendo un hombre casado no duda en utilizar todos los recursos a su alcance para seducir a una joven muchacha. Así, lo más indeseable de la Corte española viene al Nuevo Mundo colocado, nada menos, que en el séquito del Virrey y lejos de permanecer como simple capitán de alabarderos, éste joven de atroz comportamiento y deplorable actuación moral, es nombrado Gobernador y Capitán General de la Provincia de Yucatán. Con este acomodo de los hechos, el autor resalta el total descuido con que la Corona española elegía a sus representantes quienes, por cierto, llegarían a ejercer un dominio total sobre los territorios que les eran asignados. La Corte Virreinal es presentada como una verdadera tabla de salvación para aquellos españoles aventureros y faltos de riquezas que venían al Nuevo Mundo con la única intención de mejorar fortuna: “La Corte Virreinal era, entonces, el emporio de una multitud para esos aventureros que abandonaban la Madre Patria con el vago deseo de mejorar fortuna. Sus fabulosas riquezas y su calidad de Capitán de las inmensas provincias de la Nueva España, hacen afluir allí á la mayor parte de los españoles que pisaban las playas de América”[31].

En el transcurso de la novela, el autor profundizará sobre las motivaciones que impulsaron al Conde a venir a América agregando, al ya mencionado cansancio familiar, la necesidad económica. Este gobernador resulta uno más de todos aquellos ilustres descamisados que no teniendo más fortuna que su nombre, salen en busca de mejores horizontes. Esta situación incluso es reconocida por el Conde y su esposa quienes, en la novela, sostienen el siguiente diálogo:

Olvidáis que á los dos días de habernos desposado, continuasteis la vida licenciosa que me habías jurado abandonar y no fue eso todo. Dos años después habías ya disipado, en esa vida criminal, los cuantiosos bienes que os llevé en dote y la miseria llamó de tal manera á nuestras puertas, que tuvisteis necesidad de emigrar al Nuevo Mundo para buscar medio de subsistencia en los emolumentos de un empleado cualquiera.[32]

Lo interesante de esta cita, llena de humor y grandes cargas irónicas, es que señala que este hombre arruinado, que llega al Nuevo Mundo como un empleado cualquiera, logra en poco tiempo, valiéndose de su astucia y del influjo de su poderosa familia, convertirse en el Gobernador y Capitán General de la provincia yucateca. Este hecho apunta hacia todos los males que podía causar, aun indirectamente, una corona lejana y ajena a la vida cotidiana de los yucatecos. Ya que, aunque no se culpa directamente a la monarquía española de la atroz conducta del mandatario, si queda muy bien sentada la incapacidad de la Corona española para gobernar a sus colonias.

Si se atiende a las motivaciones que llevan al Conde de Peñalva a desear ser el Gobernador de la lejana y abandonada Provincia de Yucatán, se encuentra que hay dos ideas motrices: el ansia de libertad absoluta y el deseo de acumular riquezas. Respecto a la primera, se había señalado que el Conde llega a la capital de Virrey, huyendo de la presión familiar, pero, ni aún ahí, lejos de la mirada vigilante de su familia y en un teatro muy de acuerdo con su vida disipada, se siente totalmente satisfecho. El ambicioso personaje desea algo más y la Corte Virreinal comienza a parecerle demasiado estrecha y limitante.

En este momento, el autor hace un paréntesis en la narración para apuntar que lo que movía al Conde no era ese sentido de independencia que lleva a un hombre a desear estar sólo, para ser el único juez de sus actos, sino lo que deseaba era alejarse de toda supervisión para dar rienda suelta a sus pasiones: “[…] Lo que experimentaba era la impaciencia del tigre que muerde las barras de su jaula, ansioso de lanzarse sobre todos los objetos que se presentaban á su visual […]”[33]. Además de ser narrada con un tono irónico, se evidencia el centro simbólico que se ocultaba tras los actos del Conde: entregarse con total libertad a los placeres a partir de la envestidura que poseía.

Impulsado tal deseo, el Conde consigue que le otorguen la gubernatura de la provincia yucateca, la que por su lejanía a la capital resultaba el “teatro que se presentaba maravillosamente a sus proyectos”[34]. Desde el momento mismo en que esto sucede, el personaje encauza su siguiente idea motriz y el gobierno de la península se convierte en un verdadero mercado en el que todo sería ofertado para saciar la codicia de tan siniestro personaje. Lo primero que sale a subasta serían las plazas de los oficiales reales y ayudantes que formarían su comitiva:

Desde el instante de su nombramiento, el Conde pudo dar pábulo á la pasión que más le dominaba y que ya hemos mencionado: Su hidrópica sed de riquezas […] Participó su fortuna á sus amigos y anunció que se hallaba dispuesto á traerse consigo, en calidad de empleados, á todos los que quisiesen comprarle la plaza. Todo el que tuvo dinero compró en la ganga que se le ofrecía, pues á ninguno se le ocultaba que podía medrarse á la sombra de un mandarín tan poco escrupuloso, y el nuevo gobernador no tardó en verse rodeado de un enjambre de empleados, cuya nomenclatura apenas se había tomado el trabajo de inventar.[35]

Con una escogencia de lexías llena de intención humorística e irónica (bajar de un barco lleno de sed “hidrópica”), el Conde se convierte en un gigante insaciable que, además, llega precedido de un séquito que, según el autor, sería más adecuado a un rey y no a un capitán general; el nuevo gobernador desembarca en Campeche en el mes de octubre de 1649, trayendo consigo a toda una extraña comitiva ante el asombro y el temor del pueblo yucateco: “Aquello no parecía la comitiva de un gobernante. Era más bien una chusma de gente perdida que se había dado cita en la península para una orgía, con la firme resolución que fuese ésta la que pagase los gastos de su libertinaje”[36]. Ahora, una vez instalado en el gobierno de Yucatán, el Conde y su peculiar comitiva se dieron a la tarea de explotar todas las formas de enriquecimiento: desde la monopolización del comercio y la industria, las ventas de las encomiendas vacantes y de los repartimientos, hasta la explotación directa de los distintos grupos sociales que habitaban en la península. La habilidad de este personaje para obtener provecho de todas las actividades relacionadas con su gobierno resulta tal que, en poco tiempo, pudo “[…] monopolizar el comercio y la industria, para extorsionar al indio y al encomendero y para vender cuanto dependía de sus funciones y para vender cuanto dependía de sus funciones, que á su muerte se le encontraron dos millones de reales en numerario”[37]. Esa maravillosa fortuna acumulada en uno de los períodos más críticos de la historia de Yucatán colonial será para el autor la prueba total de que este personaje se enriqueció, no únicamente a base del comercio y los repartimientos, sino a costa del hambre y el sufrimiento del pueblo yucateco.

Para no dejar dudas al respecto Ancona narra, con tintes verdaderamente dramáticos, el estado de mendicidad y de desolación a que la falta de alimentos, debido a la larga sequía, tenía sumergida a la población yucateca. El fenómeno natural y sus consecuencias son analizados por el autor. Éstas le sirven para crear una tipología de gobernantes según la actitud que hubieran tomado en tan grave situación donde el peldaño más bajo es ocupado por el Conde de Peñalva:

Un buen gobernante, ya que no hubiera podido salvar al país de los espantosos horrores del hambre, hubiera aliviado en lo posible las necesidades de la gente menesterosa. Un gobernante indiferente, uno de esos hombres egoístas que no hacen el mal pero que tampoco se mueven para practicar la virtud, habría visto con negligencia aquella calamidad y el pueblo tal vez se hubiera salvado a sí mismo. Pero el Conde vio en aquel azote de la provincia una nueva mina que podía explotar, y sin pudo y sin conciencia se entregó a un tráfico escandaloso.[38]

Así, el Conde, en su insaciable codicia, no permite ni siquiera que el país se salve a sí mismo y acapara con total desvergüenza y lujo de violencia el maíz de la península para venderlo a un precio muy por encima de su valor. El hambre toma entonces enormes proporciones y hasta los hombres más ricos del lugar, incluyendo a los frailes, tienen que cuidar su sustento diario por lo que las actividades comerciales y productivas cesan en la península, quedando prácticamente paralizada:

Entonces sucedió una cosa espantosa. Todo lo que no podía hacerse diariamente de este jornal exorbitante, esto es la inmensa mayoría del pueblo, tuvo necesidad de convertir en alimento todo lo que podía haber a las manos y llevarse á los labios. Pieles, raíces de árboles y carnes de animales inmundos empezaron hacer su sustento ordinario. Como consecuencia inmediata de esta calamidad, los mercados estaban desiertos, cerrados los talleras del artesano y el proletario se afanaba en vano para buscar trabajo.[39]

El autor describe escenas en donde la gente cae desfallecida por las plazuelas o se agolpa a las puertas del convento de los frailes para pedir un pedazo de pan. En las primeras páginas de la novela los habitantes de Yucatán quedan reducidos a pequeños grupos de mendigos que deambulan por las calles de la provincia en busca de una caridad, en tanto que el principal responsable de estos sucesos almuerza suculentamente en su palacio, en compañía de su secretario y entre plática juega, amasando con los dedos, bolitas de pan[40].

A modo de conclusión: el discurso del gobernador

Como si lo anterior fuera poco, en el actuar cotidiano y en su discurso, el Conde de Peñalva, Gobernador de la Provincia de Yucatán, va dando muestras del poco respeto que siente por las instituciones y la moralidad del Yucatán colonial. Está por demás decir que durante su mandato no existe, ni medianamente, lo que podría ser un estado de derecho. En un momento detiene gente; en otro, otorga plazas de alférez a sus enemigos para alejarlos o bien, los desaparece; más tarde trama intrigas o hace que los indios entreguen sus granos de maíz mediante el efectivo empleo del látigo.

En sus diálogos se evidencia el nulo respeto que el Conde siente por el pueblo que gobierna. No sólo hace caso omiso de su sufrimiento, sino que también se burla de su carácter pacífico. Así, cuando uno de sus capitanes le avisa que el populacho de Mérida ha organizado un tumulto para obtener maíz, tarda un buen tiempo en dar crédito a lo que oye para, después, expresarse con total desprecio del pueblo que gobierna:

¡Ah! Exclamó, repentinamente, como hablando consigo mismo. Con que este vil populacho de Mérida, ese repugnante conjunto de indios, mestizos y mulatos que se me había pintado como un pueblo de ovejas, abandona repentinamente su proverbial mansedumbre y empieza á insolentarse, só pretexto que no tiene pan …, y se convierte en una cuadrilla de malhechores. ¡Oh! Preciso será hacer un escarmiento que les quite para siempre el deseo de ensayar más robos y motines.[41]

El castigo que el Conde había concebido para el promotor de ese motín no se lleva a efecto, porque éste resulta ser el hermano de la mujer a quien el Conde se había propuesto seducir; por tanto, y muy lejos de mandarle a la horca, le ofrece una plaza de alférez en la Compañía de Campeche, para así librarse de su presencia y congraciarse, al mismo tiempo, con la hermosa hermana. El proceder del Conde se pone en total manifiesto cuando el jefe de los amotinados sale en completa libertad mientras los demás participantes son encarcelados. Así, para ese gobernante, los términos justicia, honor, derechos e igualdad simplemente no existen. La Iglesia como institución y el matrimonio, como uno de sus sacramentos, no tienen para el Conde mayor significación o importancia. Los frailes y sacerdotes son despojados de toda calidad divina y, aún más, tratados con sumo desprecio. Por ejemplo, cuando su secretario le informa al Conde de las muertes que el hambre está ocasionando en la península, considerando los numerosos responsos que se oyen durante el día, este sólo acierta a señalar: “-En tienen dinero para pagar responsos y no lo tienen para comprar maíz […] Pues bien, tanto mejor para esos tragones de curas que entierran a precio de oro hasta á los más infelices”[42].  

Con toda intención el autor hace que el gobernante sostenga ese escandaloso discurso, que blasfeme contra Dios, que se burle de los curas tragones, que se exprese así del pueblo que gobierna, que hable de ese repugnante conjunto de indios, mestizos y mulatos, al que no pertenece ni estima, de ese pueblo de ovejas a quien ni siquiera el hambre había hecho capaz de insubordinarse y que morían antes de ensayar una rebelión contra un representante de Su Majestad, el Rey. Y lo hace hablar en esos términos porque, si bien responsabiliza al Conde de su atroz comportamiento, hace también responsable al pueblo yucateco por permitir en su suelo a tan mal gobernante.

Ahora, no sólo la institución Iglesia sino la religión, como doctrina de fe, reciben la burla y el escarnio de este personaje. Su actitud totalmente irrespetuosa e irreverente le permite al autor poner en su habla interesantes concepciones sobre la virtud humana y la devoción femenina. En efecto, al enterarse el gobernador de que la joven muchacha de quien se encuentra apasionado es una devota creyente, a quien ningún sitio –a excepción de su casa- le parece más hermoso que su parroquia favorita, el Conde hace verdadero alarde de satisfacción y alegría y no porque crea que la devoción es garantía de la virtud[43] (:31), sino porque estaba firmemente convencido de que una beata era, por esencia, una mujer apasionada en grado extremo.

Estas [las beatas] no se contentan con oír misa, confesar y comulgar. No destinan, además, gran parte del día y de la noche á leer libros devotos y á rezar novenas… Escogen, con particular devoción, a aquellas que están llenas de requiebros á Jesús, y con sollozos y lágrimas en los ojos, pronuncian esas frases de todas las novenas: Dulcísimo Jesús ¡Amor mío! Bien de nuestras almas, etc […] Y, ¿qué es esto?, continuó el Conde. Es un exceso de pasión semejante al de la joven esposa que fuerza las caricias de su marido con las coqueterías de su excesivo amor […] Pues bien: acercaos á una de esas mujeres, cuyo corazón es una pira de combustible […] contacto de Vuestra llama se encenderá también y esa mujer os querrá como ha querido á Dios, y por Vos escalará los muros del monasterio …, y por Vos abandonará á sus padres, á su familia y á todo el mundo.[44]

 

Poniendo los versos de Santa Teresa de Jesús como el mejor ejemplo de la pasión y el erotismo que había contenido en las beatas, el Conde descarta cualquier posibilidad de que una de estas mujeres, con el trato adecuado de alguien que reúna, al menos, las condiciones de un galanteador vulgar[45], no dejará al lado sus oraciones y novenas a cambio de una pasión más carnal y, por lo tanto, más satisfactoria. Dios y la vida monástica son, en la percepción del Conde, los caminos no para la mujer de profunda fe sino para aquella que, careciendo de todo atractivo, no tiene más remedio que satisfacer sus ansias de amor en quien todo lo capta[46].

El gobernador no acierta a encontrar la relación entre la virtud y la religiosidad; más aún, proclama que la segunda no existe, que es una falacia, un invento de los hombres del que no hay que preocuparse mucho porque, a fin de cuentas, es una quimera: “[…] La virtud en rigor no existe; es un fantasma, una quimera, como la piedra filosofal. Lo que existe en realidad es una gradación infinita entre los individuos de la especia humana que hace que unos sean más difíciles de corromper que otros. Y digo individuos de la especie humana porque no quiero culminar á la mujer: el hombre es lo mismo”[47]. La gradación de la que el Conde habla va de acuerdo con el lugar que ocupa cada individuo en la sociedad: mientras más alto sea este más costará el corromperlo, pues a fin de cuentas todos tienen un precio, desde un simple empleado de oficina hasta el consejero del Rey. En el caso de la mujer y en palabras del Conde, esta teoría se aplica a la perfección: “[…] Desde la muchacha indigente que os vende por un pedazo de pan hasta Padilla, que se arrojó á los brazos de un rey sanguinario por la esperanza de un trono, hay la misma progresión de que acabo de hablar. No hay una que no pueda ser comprada. Todo el talento del comprador consiste en saber ofrecer á cada una el precio en que se estima”[48].

Este gobernador que se tiene sin duda por un buen comprador, después de gastar recursos declamatorios y serenatas, da por hecho que el precio de su enamorada es el buen nombre y la reputación; por lo que trama una escena en la que tres de sus empleados le irán a buscar a la recámara de la joven, a donde él se ingeniará para entrar y basándose en tal compromiso la joven muchacha no tendrá otro camino más que aceptar un matrimonio con el Conde.

El gobernador, se ha dicho con anterioridad, era un hombre ya casado, pero este gobernante que siente nulo respeto por Dios y la sociedad ve al matrimonio como un mero trámite que le puede facilitar la satisfacción de sus más infames deseos. Así, una vez le hizo falta dinero y se casó en Madrid con una rica mujer a la que después dejó abandonada, ahora deseaba a una pobre y virtuosa muchacha yucateca y, ¿por qué no recurrir de nueva cuenta al maravilloso intento del matrimonio?:

En cuanto á la gravedad de ese compromiso que se contrae ante Dios y la sociedad, ligándose con esa cadena del matrimonio que dura mientras dura la vida, el Conde no se preocupaba ni poco ni mucho. ¿Qué más podía suceder que tener que abandonar un día á Aurora con quién se iba á casar en un rincón del mundo, como había abandonado antes á Leonor con quien se había desposado á la faz de toda una corte como Madrid?[49]

De nueva cuenta la imagen de la provincia yucateca, aislada y lejana del mundo, se hace presente; la imagen del Yucatán colonia olvidado por la Corona y sometido bajo el yugo de atroces gobernantes se refuerza. No es difícil detectar la forma en que el autor procede con esta figura: el gobernador, aquél que debía cuidar el respeto a la ley, a las instituciones y a los valores morales, resulta el primero en quebrantarlos atropellando a su paso a los ciudadanos yucatecos: “Más de un año hacía que el país soportaba el pesado yugo del Conde cuando plugo al cielo castigarle con una nueva calamidad, como si hallase indignado contra el pueblo que consentía sobre su suelo la mancha de tan escandalosa conducta”[50].

En resumen, Ancona, amparándose en la vida del Conde de Peñalva, evidencia los excesos que las familias de origen noble de la Península de Yucatán han tenido sobre la población de origen Maya y que llevaron a la Guerra de Castas que continúa asolando en el momento de la escritura de la novela la realidad regional. Esto, además de negar las respuestas de fe propias de la ideología religiosa, permite establecer una crítica al gobierno colonial monárquico, pero, además, sirve para evidenciar una posición de distanciamiento frente al intervencionismo del centro federal encarnado de la Ciudad de México. Así, un regionalismo crítico, anticlerical y antimonárquico, no intervencionista, con una clara vocación reformista liberal en cuanto al perfil del gobernante (criticado a partir de la figura del Conde de Peñalva) constituye el centro mismo de la propuesta narrativa de Ancona en relación con la figura del gobernante.

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[1] Rocío Cortés, La novela histórica de Justo Sierra O´Reilly: la literatura y el poder (Mérida: UADY, 2003).

[2] Celia Esperanza Rosado Avilés y Oscar Ortega Arango, Principios de interpretación del discurso literario (Mérida: UADY, 2018), 27.

[3] Celia Esperanza Rosado Avilés y Oscar Ortega Arango, Principios de interpretación del discurso literario (Mérida: UADY, 2018), 27.

[4] Edmund Cros, Literatura, ideología y sociedad (Madrid: Gredos, 1986), 27.

[5] Edmund Cros, Literatura, ideología y sociedad (Madrid: Gredos, 1986), 59.

[6] Edmund Cros, Literatura, ideología y sociedad (Madrid: Gredos, 1986), 59.

[7] Edmund Cros, Literatura, ideología y sociedad (Madrid: Gredos, 1986), 60.

[8] Edmund Cros, Literatura, ideología y sociedad (Madrid: Gredos, 1986), 60.

[9] Edmund Cros, Literatura, ideología y sociedad (Madrid: Gredos, 1986), 91-92.

[10] Eligio Ancona, ‘Introducción’, El álbum yucateco (Mérida: Imprenta de la sociedad tipográfica, 1861), 2. 

[11] Eligio Ancona, ‘Introducción’, El álbum yucateco (Mérida: Imprenta de la sociedad tipográfica, 1861), 2.

[12] Leopoldo Zea, El positivismo y la circunstancia mexicana (México: FCE- SEP Colección Mexicana, 1985).

[13] Eligio Ancona, ‘Introducción’, El álbum yucateco (Mérida: Imprenta de la sociedad tipográfica, 1861), 2. 

[14] Un ejemplo para la clasificación del amplio margen de acción histórica, política y teórico-literaria de esta novelística y de la participación directa del público lector lo ofrece Eligio Ancona en su novela El Conde de Peñalva (1866) y los debates que con él sostuvo Apolinar García y García en textos como ‘Primera de cambio’ (29 de junio de 1866) y ‘Químico-político de La píldora’ (15 de julio de 1866).

Apolinar García y García, ‘Primera de cambio’, La cola de Mus (Mérida: Imprenta de Manual Aldana Rivas, 1866).

Apolinar García y García, ‘Químico-político de La píldora, La cola de Mus (Mérida: Imprenta de Manual Aldana Rivas, 1866).

[15] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 13.

[16] La guerra de Castas (1847-1901(¿?)) fue el enfrentamiento más largo (y, por momentos, cruento) entre población de origen maya (asentada en el sur y oriente de la Península de Yucatán) contra la población en su mayoría blanca del noroccidente de dicha porción geográfica. 

[17] Eligio Ancona, Historia de Yucatán: desde la época más remota hasta nuestros días (Mérida: Universidad de Yucatán, 1978), 3-4.

[18] Eligio Ancona, El filibustero (Mérida: Ed. Yucatanense del Club del Libro, 1949), 45. 

[19] John Brushwood, México en su novela, una nación en busca de su identidad (México: FCE, 1987).

[20] Manuel Aldana Puerto, La aventurera (Mérida: Imprenta de Manuel Aldana Rivas, 1869), 45.

[21] Vicente Calero Quintana, Obras reunidas (Mérida: UNAM-Cephcis, 2019), 375-396. 

[22] Vicente Calero Quintana, Obras reunidas (Mérida: UNAM-Cephcis, 2019), 213-220.

[23] Justo Sierra O’Reilly, El filibustero y otras historias de piratas, caballeros y nobles damas (Xalapa: Universidad Veracruzana, 2007), 89-120.

[24] Justo Sierra O’Reilly, La hija del judío (Xalapa: Universidad Veracruzana, 2008).

[25] Eligio Ancona, Historia de Yucatán: desde la época más remota hasta nuestros días (Mérida: Universidad de Yucatán, 1978), 5. 

[26] No se ha podido precisar si en su primera edición en forma de Folletín (1866) finaliza, ya que no se ha localizado ningún ejemplar completo de esta primera edición y la crítica considera el año de 1879 como fecha de edición de la novela.

[27] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 5.

[28] Eligio Ancona, Historia de Yucatán: desde la época más remota hasta nuestros días (Mérida: Universidad de Yucatán, 1978), 249.

[29] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 350. La referencia a Sierra O’Really procede de algunas de las tradiciones recogidas por dicho autor en diversos textos como Los bandos de Valladolid (1842) o El secreto del ajusticiado (1845) (Sierra O’Reilly 2007, 121-144.)

[30] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 5-6.

[31] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 7.

[32] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 322.

[33] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 56.

[34] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 57.

[35] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 7.

[36] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963),7-8.

[37] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 8.

[38] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 8-9.

[39] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 9.

[40] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 26.

[41] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 35.

[42] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 27.

[43] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 31.

[44] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 31.

[45] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 31.

[46] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 190.

[47] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 32.

[48] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 34.

[49] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 266.

[50] Eligio Ancona, El Conde de Peñalva (Mérida: El Club del libro, 1963), 45.